viernes, 30 de enero de 2009

De rosas, cumpleaños y pánico...

Hace una semana que fue su cumpleaños. Aquel día yo entré en este blog para escribir la pena que tenía dentro, o al menos intentar trasladar una parte, pero lei alguno de vuestros comentarios, ya no recuerdo ni cual, y pensé que debía de ser patético verme tropezar una y otra vez.
Es cierto que tengo días buenos, días llenos de esperanzas, pero esos días no suelo escribir aquí y siempre os toca lo malo. Quise esperar a que saliera el sol, porque siempre me anima despertarme y ver el cielo azul turquesa. Pero los días pasan y siempre se levantan grises. Y ya no puedo más. No creo que se sea más fuerte por guardarse las cosas dentro, no creo que sufrir por amor sea de débiles.
Yo creo que hay personas que anteponen su cabeza a su corazón y personas que simplemente no podemos impedir que nuestras emociones controlen nuestra vida. Y creo que las dos cosas son igual de malas.
Yo siempre he creido que X me dejó porque lo pensó demasiado y dejó que su cabeza mandara sobre su corazón, y no quiero darle más vueltas ahora a la posibilidad de que eso no sea cierto y simplemente se desenamorada de mí porque entonces podría venirme aún más abajo. He tocado fondos mucho más profundos que los de hoy y no quiero arriesgarme. De modo que, dejándolo así, no recomiendo que nadie se enamore de ese tipo de personas, porque sólo apuestan por el amor cuando es racional hacerlo, y a veces el amor no tiene lógica.
Por otro lado, tampoco le recomiendo a nadie enamorarse de alguien como yo. Las emociones pueden marcarnos tanto que un día perfecto se tuerza porque no estamos de humor o nos vengan a la mente los recuerdos en un momento inoportuno. Podemos ser el alma de la fiesta o un fantasma, y tampoco es justo que nadie tenga que vivir con esa ruleta rusa.
Yo llevo una semana normal. En el trabajo sonrío cuando tengo que hacerlo, disfruto de las conversaciones con mis compañeras y así el resto del día. No me descubro a mí misma cantando cuando ordeno los papeles, ni decido bajarme unas paradas antes de llegar a casa por el simple placer de caminar, desayuno en casa en lugar de pasarme por esa pastelería de la esquina que tanto me gusta... Esas son cosas que habría hecho la otra Mimi... Esa que era feliz. Y soy totalmente consciente de la diferencia que eso marca en la relación que tengo con las personas de mi alrededor. Y de la diferencia que marca conmigo misma.
Pongamos un ejemplo.
Cerca de donde trabajaba en mi ciudad hay un quiosco de flores. Siempre que pasaba por allí levantaba ligeramente el pie del acelerador forzando mi suerte para que el semáforo se pusiera en ambar. Me gustaba aprovechar esos pequeños segundos para mirar el jarrón de rosas rojas que tenían puestas al sol. Ya os lo conté en otra entrada. Ese puesto era mi perdición. Podía ponerme contenta si el día se había levantado gris. Era una de esas cosas que te hacen ver que hay mucha belleza en el mundo esperando que tengas un instante para contemplarla.
Aunque yo no soy imparcial. No sé qué tengo con las rosas, pero he llegado a comprender que no es normal. Una noche en la que hablaba con dos amigos en otro país europeo completamente diferente a este sobre el capitalismo uno de ellos lamentó que, por mucho que nos quejáramos nos tenían comprados. Todos nos habíamos acostumbrado a algunos placeres que, a pesar de ser contrarios a nuestra ideología no podríamos abandonar. Él nombró esos segundos que te quedas en la ducha, sin enjabonarte, sólo dejando que el chorro caliente choque contra la nuca. Estás desperdiciando agua mientras otros mueren de sed, pero ese es tu capricho. El capitalismo nos había conquistado. Entonces ella asintió y dijo que no se le ocurría mejor ejemplo, entonces me miró y me preguntó qué pensaba yo.
Yo no tengo ninguna idea política en la cabeza. Ninguna me gusta. No soy anticapitalista pq tampoco ellos me gustan. Sin embargo la pregunta era otra, y tenía muy clara mi respuesta. Me parece una crueldad criar flores para cortarlas de la tierra, pero sin embargo de los mejores regalos que me han hecho nunca han sido rosas. Es un lujo al que no estoy dispuesta a renunciar aunque vaya contra mis principios porque me hace muy feliz.
Mi ex lo sabía muy bien y se encargó de que siempre tuviera una rosa viva en mi cuarto. En ocasiones me la compraba de camino al restaurante en el que íbamos a cenar, y la florista le colocaba un tubido con agua en la base para que no se me secara. Y yo era tan feliz...
Pues ahora llega la otra Mimi y se conoce a un chico hace poco. Un chico wapo, simpático y que la tiene como una reina. Es atento, educado y al parecer está colado por ella. La primera vez que quedamos me regaló una rosa. Pero no era como las rosas de mi niño. Esta no me llenó el alma. Tuve el impulso de tirarla al suelo como si me quemara cuando la cogí. Quería excusarme y salir corriendo de ese lugar. Me quedé porque no depende de mí el que él vuelva y yo tengo que hacer mi vida. Y me pregunté cómo pódía él hacerlo sabiendo que podría estar conmigo en lugar de con cualquier otra.
Mister Perfecto continua tan atento como siempre. Pasando por las mañanas por la oficina sólo para desearme los buenos días con esa sonrisa suya tan bonita. Y siempre que tiene ocasión le pregunta a alguien ¿Y no cree usted que Miriam es preciosa? ¿Y no coincide conmigo en lo inteligente que es?
Y yo quiero esconderme debajo de la mesa a llorar, porque mi niño no me respondió al mensaje que le envié por su cumpleaños. No me dió ni un toque! Nada. Después de cinco años tuve que contentarme con sólo escribirme un mensaje, en el que para colmo no podía decirle cuánto le quería... tuve que reprimir mis ganas de tirarme a sus brazos y él no ha dado ninguna señal de vida. Ha pasado una semana. Ya no me quedan excusas que inventarme. Pasa de mí. Y no sé cómo no me responde aunque sea por respeto. Porque hemos compartido 5 años de nuestra vida.
Y no puedo decírle a nadie cuanto me duele porque entonces todos se meterán con él. Y tendré que defenderle, porque más me duele que lo insulten a que me haga esto. Y cada día me quedan menos maneras de excusarle. Cada día me enfrento a la duda de si es posible que esa persona sea la misma con la que yo salí 5 años. La misma que nunca dejó que en mi cuarto faltara una rosa viva. La misma que vio en una revista un colgante que me gustaba y logró encontrarlo para regalármelo por nuestro aniversario. La misma que todas me envidiaban.
Y ahora está en el mesenger, y no me conecto para que no me hable, porque si me dice 5 frases insustanciales como siempre no sé qué le voy a responder. Porque antes creía que era así porque aún quedaba algo entre nosotros, porque había la tensión de saber que algo nos unía aunque no estuviéramos jutnos. Pero ahora, cuando ni siquiera me responde el sms de su cumpleaños, no comprendo por qué me habla en el mesenger ni qué cree que nos une. No entiendo nada. Y tengo miedo de entrar en el mesenger, explotar y preguntarle porque tengo pánico a su respuesta....

domingo, 18 de enero de 2009

En sueños... y despierta... una vez más... no sé vivir sin ti!


Acabo de despertarme llorando desconsoladamente. Llorando como hacía tiempo que no lo hacía, como la pena diera urgencia a mis ojos y a mi pecho, y la angustia se apoderara de mí. Como si tanta pena no me cupiera en el cuerpo y luchara por salir pronto antes de explotar dentro.
Para ser sincera debo decir que me he despertado balbuceando y desorientada, y que ha sido al comprender dónde estaba cuando ya no he podido reprimirme más. Sólo me ha dado tiempo a comprender una cosa: le he perdido.
En mi sueño me encontraba con mi ex en el supermercado. Él seguía arrebatadoramente prudente, contando siempre sus palabras como si fueran perlas, mirando a la persona fijamente cuando le habla como si no hubiese nada más importante en el mundo. Siempre me encantó su forma de ser, esa tranquilidad que emanan cada uno de sus poros como si la vida no tuviera ninguna complicación si te la planteas del modo correcto. Era como si tuviera horchata en la sangre, y yo fuego.
Yo soy una persona nerviosa, hablo rápido y demasiado, me muevo con urgencia y me molesta perder el tiempo. Todo lo contrario.
Pensé que seguiríamos juntos hasta el final de los tiempos por eso, porque los dos nos complementábamos a la perfección.
En el sueño, mi ex me proponía llevarme a casa y yo le dejaba, haciendo todas esas cosas que hago cuando quiero meter a un chico en mi redes. Como solía hacer con él cuando se hacía el enfadado por algo. Lucía mi mejor sonrisa, hablaba lo justo, no me quejaba por nada y me concentraba en hacerle sentir interesante. Algo que a mi ex no le cuesta porque le sale de forma natural el escuchar como si lo dices fuera lo más importante del mundo, pero con la práctica creo que he llegado a conseguir algo parecido.
Entonces, aparecía por detrás una chica normal. Era morena, de estatura bajita y con la cara menos llamativa que he visto en mi vida. Ni siquiera su cuerpo era bonito. Era muy, muy normal. Y le rozó levemente el brazo por detrás a mi ex diciéndole “ya he terminado”. Y lo comprendí todo.
Comprendí que se pertenecían el uno al otro porque eran iguales. Él no tendría que ser el hielo a su lado para contrarrestar al fuego. Él podía ser como es realmente a su lado. Igual que ella. Eran dos personas repulsivamente normales que marchaban en armonía por la vida. Y en el rostro de mi ex se podía leer la tranquilidad de quien ha encontrado a la persona ideal para él, a quien no tiene que calmar, que soportar en las colas ni escuchar cuando no le apetece. Esa chica tan espantosamente normal ocupaba mi puesto y lo hacía mil veces mejor que yo. Tenía a mi ex feliz, tranquilo. Y supe que se casarían y tendrían hijos sin el más mínimo conflicto. Irían a ver los domingos a los amigos y todos coincidirían en decir lo cometida y prudente que era la pareja, como si su único cometido en toda fiesta fuera hacer sentir especial a la persona que la da, sin ser el alma de la fiesta ni hablar en exceso.
Tendrían niños normales. Ninguno sería hiperactivo ni no dejaría de hablar ni debajo del agua. Serían chicos normales que pasarían una adolescencia tranquila, sin preocuparse por aspectos como “fulanita no me llama”, “menganito no me quiere” o “mis amigas salen hasta más tarde que yo”. Así era mi ex cuando le conocí, arrebatadoramente tranquilo, como si nada pudiera alterarle, como si todo le viniera bien y supiera aceptar con un “vale” cualquier situación.
Yo, sin embargo, estoy hecha de fuego. Los espacios pequeños me comen si me quedo demasiado tiempo en ellos, me gusta hablar y gesticular cuando hablo, tiendo a dar pequeños saltos impacientes cuando me acerco a cosas que me gustan y no puedo ocultarlo cuando me enfado. Cambio mi sonrisa permanente por la cara de disgusto y soy incapaz de dirigirme a la persona con normalidad, o acabo llorando o chillando.
Y claro, aquella chica debía saber mantenerse en su lugar. Y me sentí muy, muy pequeñita a su lado. Como si ella tuviera 40 y yo no hubiese alcanzado los 20. Y quise ser diferente. Quise dejar este fuego que tengo por dentro y tanto le gusta a todos, porque no me sirve si a él no le gusta. Me sentí como cuando Ashley le dice a Escarlata en “Lo que el viento se llevó” que siempre la amará por su amor por la vida. Y después ella escucha a las chicas diciendo que los hombres se divierten con ese tipo de mujeres pero nunca se casan con ellas. Sí señor, esa era mi vida. Mi ex había pasado su juventud conmigo, contagiado por mis tonterías, mis inquietudes, mis continuos movimientos y mi urgencia por vivir, pero luego había encontrado a alguien que le permitía ser él mismo sin tener que ser la niñera de nadie, sin tener que controlar ni soportar mis cambios de humor.
Aunque quizás la encontró antes y por eso me dejó. Y en eso iba pensando en el coche, cuando aquella pareja feliz sentada en la zona delantera no se dirigía ni una palabra. Y parecía que no lo necesitaban. Parecía que a sus almas les bastaba con tenerse la una a la otra en silencio. Y pensé que quizás se encontraron cuando él aún salía conmigo. Y pensé que tenía que haber luchado por él con más empeño en aquella ocasión. No tenía que haber aceptado que me dejara sin más. Aunque si yo ya no le gustaba no podía hacer nada. Y esa realidad me estaba creando una gran ansiedad por dentro. Entonces, él no me había dejado porque se había visto superado por la situación como yo creía, sino porque yo no le gustaba, el problema era yo, era mi personalidad, que no podía competir con la madurez de aquella chica. Y me dolía que teniéndome me dejara sola para irse con ella. A su tranquilidad. A la normalidad. Como si estuviera harto de mí. Como si no pudiera seguir soportando mis historias.
Y esa idea me hizo tener una crisis de ansiedad al salir del coche. Y él salía corriendo a mis brazos, y por un instante pensé que me había equivocado y que se había visto avocado a vivir con aquella chica que no le aportaba nada, y que continuamente echaba de menos mi fuego. Aquella vida desde luego debía resultarle muy aburrida. Pero no era así, me levantó del suelo con cuidado y me preguntó mirándome a los ojos si me encontraba bien. Me perdí en la profundidad de la mirada que tanto tiempo había echado de menos y no pude más que responderle afirmativamente. Entonces, el se giraba hacia su mujer y le hacía un gesto de asentimiento. Con eso bastaba entre ellos, mientras que yo, de ser ella, me habría levantado corriendo del asiento para armar un jaleo preguntando como se encontraba, con el móvil en la mano para llamar a la ambulancia. Sentí como si ellos fueran un matrimonio de la edad de mis padres y yo una adolescente que llevaban a casa borracha o algo así. Eran toda prudencia y calma.
Entonces, como buenamente pude me deshice de su sujeción y comencé a andar muy lentamente, sintiendo como todas esas realidades caían sobre mi cuerpo. Y esta vez sabía que no soportaría mucho más. Esta era la segunda vez que me rompía el corazón y no habría una tercera. No habría ni un mañana. No iba a poder dar muchos pasos hasta que no pudiera seguir luchando. Pensé en lo tonta que era por empeñarme en ser fuerte, no como ella, a la que él amaba profundamente, que de sentirse mal seguro que no tenía fuerzas ni para andar. Pero no sabía dejar de ser yo misma, y caminé hasta que el ronroneo de su coche se alejó y pude dejar de oírles. “Se ha ido”, me dije. Y mis piernas fallaron. Caí al suelo y comencé a llorar desconsoladamente, esperando que llegara la muerte, porque aquel dolor era sobrenatural y no podría sobrevivirle mucho tiempo.

Y así me he despertado. Sabiendo que sólo hay una cosa cierta en todo el sueño, y es que mi niño pronto encontrará a alguien como él, con quien no se vea obligado a ser el hielo para canalizar su excesos y su fuerza. Alguien con quien podrá ser el mismo, lo que quiera que haya entre el hielo y el fuego, que supongo que será normalidad. Y estoy segura de que en cuanto la encuentre sabrá que no puede vivir sin ella. Y yo no seré más que pasado para él. Y no puedo vivir con esa idea. No puedo.
Tiene que haber algo que yo pueda hacer. Tiene que haber algo. Y lo voy a encontrar. Lo voy a encontrar porque no puedo perderle de nuevo. Sé que no voy a poder soportarlo.

Fuera el cielo también llora. El primer día desde que llegué aquí. No sé si él se ha contagiado de mí o al revés.

miércoles, 14 de enero de 2009

Tocada por una mariposa...


Hay animales llenos de magia, y no hablo sólo del unicornio. Siempre me ha parecido que las mariposas eran más hadas que insectos. Tienen demasiada elegancia al volar, son demasiado frágiles y perturbadoramente bonitas.

Si tuviera que ser un animal, sería mariposa. Los pájaros son demasiado grandes, incluso mis queridas palomas se hacen notar demasiado. Querría ser mariposa para que me viera sólo quien yo quisiera y que al hacerlo no tuviera más remedio que caer rendido a mis pies. Sin tener que demostrar nada, sin tener que tener miedo a meter la pata, sin tener que medir las palabras y el cómo puede tomárselo la gente.

Siempre me han dicho que doy muy mala primera impresión. En una ocasión, en el viaje de fin de curso, una chica se atrevió a reconocerme que al verme había pensado que era "una rubia con aspiraciones a barbie". Me quedé en el sitio, no porque me hubiese dolido, sino porque para mí fue una sorpresa que alguien pueda creer que quiero ser una barbie, ya que no aguanto los tacones ni me gusta arreglarme o pintarme.

Un par de años más tarde el que ahora es uno de mis mejores amigos reconoció haber pensado que era una niñata repelente y pelota, cuando todo el problema que tenía conmigo era que sabía la respuesta a las preguntas de la profesora de derecho porque yo sí que llevaba las prácticas hechas. Del todo justo, vamos. Entonces, uno de los que estaba sentados en la mesa aprovechó y les hizo recordar a todos lo mal que hablaba de mí al principio, cuando me conoció y le gasté una broma que al parecer se tomó demasiado a pecho.

Y por último, hará dos meses que un chico, aquel que os presenté como Javi, me dijo que al conocerme había pensado que era tonta y que no tenía nada interesante que decir, que era un cero a la izquierda y que dependía total y absolutamente de mis amigas. Entonces se rió y me dijo, al final simplemente es que eras demasiado dulce. De hecho, puede que sea ese lado infantil mio el que le separó de mi lado.

Todas esas conversaciones han sido siempre una carga muy pesada para mí. Siempre he sonreido a medias a la persona que me presentan y tratado de contener cuanto decía. Siempre menos una preciosa excepción en la que conocí a una persona que, de ser este mundo justo, habría llenado mi vida y yo la suya, aunque finalmente no alcance a quererle más que como a un hermano, por mucho que se merezca más.

De modo que menos con él, siempre he tenido ese miedo al presentarme, hasta el lunes. Ese día vi cómo mi abuelo me tomaba la mano y me decía con la voz rota por la emoción que tenía que ser fuerte, que él mismo lloró su primer día en la mili. Mi abuelo nunca dice nada sentimental y aquello me rompió el corazón. Me acompañó a la puerta cargado de emoción y me despidió solemnemente, como si uno de sus hijos se fuera a la guerra y se sintiera orgulloso y temeroso a la vez. Y no es que dude de que mi abuelo me quiera, simplemente es que es la primera demostración que me hace. Es la primera vez que me mira a los ojos no bromea. La primera vez en la que nos miramos y comprendo cuánto me quiere. Y creo que esa fue mi mariposa. Ese fue el momento en el que me rozó la magia.

Por eso en el aeropuerto conocí a un chico super simpático que no hacía más que repetirme que no quería separarse de mí, aunque nos conociéramos de unas horas. Con él no fue como con mi excepción, con mi "hermano" fue mucho más intenso, pero sí tengo que reconocer que hubo cierta conexión. Y al día siguiente encontré el piso ideal en el primer intento. Y hoy he conocido a un americano mientras releía "Amanecer" en el Starbucks. Hemos quedado el domingo para que me presente a sus amigos españoles.

No es que ninguno de los que he conocido me gusten, ni mucho menos, no estoy yo para pensar en esas cosas ahora, pero sí que es cierto que algo ha cambiado. Ya no soy la Mimi de antes porque aquellas personas que he conocido estos tres días me han insistido en tener mi móvil y han estado horas a mi lado sonriendo. Yo, por mi parte, he disfrutado como una enana del cambio. La verdad es que la vida así es mucho más fácil. Ando por la calle como si el mundo fuera mío, como si estando en esta ciudad mi personalidad se estabilizara y consiguiera llegar a la gente de un modo más directo y con menos ideas falsas. Con menos "ruido", como diría un documentarista.

Puede que lo de venirme no haya sido una tontería, porque sólo llevo aquí tres días y ya noto que soy otra. Incluso con mis amigos se siempre, a quienes les cuento lo que hago con una sonrisa en vez de llorarles. Eso lo habría hecho la Mimi de antes. La de ahora quiere a morir a sus amigos, pero sabe que puede sobrevivir sin ellos. Por ellos. Por mi abuelo.

Estes donde estés, muchas gracias Mariposa por el cable. Te debo una.

sábado, 10 de enero de 2009

Quien lo iba a decir?


"Quien lo iba a decir?"

Grandes palabras, si se saben encuadrar en la conversación adecuada. Tanto como un "ten mucho cuidadito y mucha suerte", "Ya tengo ganas de volver", "Un beso muy grande para ti" o un "Si necesitaras algo". Que no son nada en comparación con un "no lo hago" al que le sigue "se que puedes hacer lo que quieras".

La situación es simple. Me voy el lunes y hoy había despedida en mi casa. Las personas a las que más quiero (o casi todas) vinieron a decirme adiós. Yo, que soy de lágrima fácil y que odio irme de casa, no he llorado nada. En parte porque no me creo que me voy y sospecho que en otra parte porque estoy acostumbrada a vivir sin lo que más quiero.
Mis amigos me han ayudado, se han convertido en mi alma y mis pies estos meses, pero ha llegado un momento en el que sabía que esta parte del camino no podía hacerla con ellos. No podía porque nunca crecería si sigo teniéndoles cerca. No puedo superarlo del todo si tengo a mi mejor amigo repitiéndome cuánto valgo cada vez que se emborracha y a mi mejor amiga apoyándome en silencio cuando tomando un café se me llenan los ojos de lágrimas sin sentido aparente.
Estoy mejor, de eso no hay duda. Igual que sé que todo lo he conseguido gracias a ellos, pero no puedo seguir aquí. De hacerlo, me haré dependiente de ellos como he descubierto que lo era de mi novio. Porque quiero ser lo que los demás quieran, con tal de que me quieran y de que sean felices, y eso no debería ser así. Como quedándome no sé hacerlo, parece que aprovechar este viaje de un año para encontrarme a mí misma es una buena solución.
Es como si me mandaran a una mili intelectual o algo así. “Encuéntrate a ti misma que los demás te esperamos aquí”. O quizás mejor, porque mis amigos no me esperan aquí, sino que podré contar con ellos cada día, en la distancia, pero cerca a la vez.

Y así estaba yo, resignada con mi retiro espiritual europeo de un año, cuando me saludó mi ex por el Messenger. Y me sorprendió que el mundo siguiera en su sitio después de leer su nombre en la pestaña naranja de la barra de tareas. Seguramente sea porque sabía que hoy me hablaría. No puede ser de otro modo cuando él sabe lo mal que lo paso cuando salgo de casa, aunque luego nunca quiera volver del viaje. Me cuestan las despedidas y coger aviones. Me cuesta irme de casa. Y él lo sabe. Después de cinco años sabe muchas cosas de mí. Lo sabe casi todo. Una afirmación muy dura si consideramos que conociéndome de ese modo ha decidido vivir sin mí y prescindir de lo que puedo darle. Pero hoy no estamos aquí para analizar por qué sabe lo que soy y lo que puedo darle y aún así se fue. Porque lidiar con eso ya es demasiado.
La cosa es que la conversación se ha resumido en las 7 líneas del principio, con algunos iconos y monosílabos más. La conversación ha durado algo así como tres minutos. Más o menos como las demás que hemos tenido, con una regularidad media de una por mes. Una maravilla, vamos.
Total, que cuando me ha preguntado si tengo piso, a mí, que soy una histérica de la organización y las cosas bien atadas, le he respondido que sólo para dos semanas. De este modo puedo encontrar algo que me guste más desde allí, o eso le he dicho, porque la verdad es que ningún casero quería cerrar el contrato por más tiempo estando yo en España.
Y se ha atrevido a responderme "Quien lo iba a decir?”
Entonces, he comenzado a llorar, a llorar todo lo que no he llorado en todo el día.
Pues sí, quien lo iba a decir.
Quien me iba a decir a mí, que en los tres meses de psicólogo a los que he acudido para superar que me dejaste he aprendido que las cosas no se pueden organizar, que hay algunos aspectos imposibles de ordenar y que tengo que manejar mis nervios si quiero sobrevivir en este nuevo mundo que no controlo.
O quien me iba a decir que cuando me dejaste estuve tan mal que ya no me da miedo irme a otro país con la única promesa de dos semanas de alquiler, cuando me tengo que quedar todo el año. Si he sobrevivido a este verano, no voy a quedarme ahora en el camino por no tener aún residencia fija.
Pero claro, eso no podía decírselo.
Quizás tenía que habérselo dicho… pero entonces habría comprendido cuánto daño me ha hecho y cuánto le quiero todavía. Y habría dado igual. No habría cambiado nada a pesar de yo haberle servido mi vida en bandeja. De modo que no lo he hecho por orgullo. Y menos mal, porque entonces se apresuró a decirme que tenías ganas de volver a su Erasmus, por si me quedaba alguna duda de la vida que prefiere. Entonces, quise decirle que la disfrutara, porque tiene fecha de caducidad, y ya se verá en unos meses encerrado en esta ciudad que obligatoriamente debe recordarle a mí cuando yo aún siga fuera. Y sufrirás un poco lo que yo he sufrido. Pero me he callado. Menos mal!

Después vino el típico "ten mucho cuidadito y mucha suerte", "Un beso muy grande para ti" y "Si necesitaras algo". No dijo nada más. Sólo “Si necesitaras algo”, entonces, respondí que no se preocupara y me respondió:
-no lo hago
-se que puedes hacer lo que quieras

Lo que quiera menos besarte, tenerte, volver el tiempo atrás… Puedo hacer lo que quiera con las cartas que tengo… Con las que me repartieron el 8 de julio y que desde entonces he aprendido a manejar. Y en algunas manos le gano a la banca y el destino me lo paga en encuentros o momentos para el recuerdo. Pero otros días pierdo.
Lo importante es que estoy aprendiendo a jugar con ellas y no se me da mal. Ahora tengo un nuevo desafío por delante y no tengo tanto miedo como otras veces. En parte ya no soy la misma. “Las cosas han cambiado”. Eso es justo lo que le respondí a su "Quien lo iba a decir?". No supe decir nada mejor. Ni nada que fuera más verdad.