Hoy veníamos de hacer las compras para la cena de fin de año a las cuatro de la tarde, porque mi madre siempre se planifica igual de bien, cuando sin saber cómo he terminado confesándoselo. Ha sido de una manera casual y muy poco tormentosa. Quizás por eso he podido, porque no estaba dicho de forma que fuera a calarle el mensaje, no creo que haya entendido lo que escondían esas palabras.
Y al decírslo me he dado cuenta de que eso es lo único que he sacado en claro de todo el dolor de este año. La parte positiva de lo negativo. La enseñanza que sólo se aprende a base de palos. Porque en ningún momento he negado lo bonito que he recibido de este año; nuevas amigas, nuevos amigos, viajes, recordar que al final de todo siempre me queda mi madre, que mi hermano me quiere a su modo y que muchas personas me quieren mucho más de lo que merezco.
Por eso el año pasado, al tomar la última uva, pedí para mis adentros, muy muy fuerte que todo siguiera igual este año. No quería ni un sólo cambio. No se podía ser más feliz.
Viéndolo desde la distancia me parece absurdo el deseo. La vida son ciclos, y algún día tenía que bajar. Los cambios no pueden evitarse.
Y mi cambio vino. Bueno, todos ellos, aunque uno en especial. Y perdí a Mimi. Me perdí a mí misma. Creo que es lo más duro que me ha pasado nunca. Verme sin alas, sin sonrisa, sin color, sin ánimos, sin magia... Y ver cómo todos a mi alrededor se preocupaban y cuchicheaban delante mía la manera de hacerme volver, como si no estuviera delante, aunque quizás tenían razón, lo que les devolvía la mirada no era yo, Mimi estaba ausente. En otro país, en un mundo paralelo, en otra galaxia, no lo sé.
Me acurruqué en mi cama a ver pasar los días, creyendo que llegaría un momento en el que mi cuerpo no pudiera más con el dolor y se diera por vencido. "No hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo aguante", decía mi amiga. Y yo desde luego no pensaba quitarle la razón.
Entonces, un día como otro cualquiera, después de que pasara la tormenta y me hallara yo buscándome a mí misma entre los destrozos, me volvió a repetir la frase, y por primera y única vez le dije: "Yo creí que mi cuerpo no aguantaba y que de esta no salía".
Hoy veníamos de hacer las compras para la cena de fin de año a las cuatro de la tarde, porque mi madre siempre se planifica igual de bien, cuando sin saber cómo he terminado confesándoselo. Ha sido de una manera casual y muy poco tormentosa. Quizás por eso he podido, porque no estaba dicho de forma que fuera a calarle el mensaje, no creo que haya entendido lo que escondían esas palabras. Cuando me ha preguntado qué cambio veo desde julio, desde que todo comenzara, le he dicho que ahora sí creo que voy a sobrevivir. A ratos quiero hacerlo con todas mis fuerzas.
Mi madre me ha respondido que este año le pediremos a las uvas que "no nos caiga encima lo que nuestro cuerpo puede soportar". Y es que el suyo puede con mucho más que el mío, está hecho de una madera especial. Yo siempre he sido una cosa más chica, graciosa, voluble y sensible. La versión delicada. Pero aún así, en este año he creido y querido morir y me he recuperado. No puedo agradecerte, ni a ti ni al 2008, el empujón, pero al menos puedo estar orgullosa de haber sabido salir del lío en el que me habeis metido. Aun con altibajos, pero estoy fuera. Igual que quiero estar fuera de este dichoso año. No me cae bien. Lo que me ha dado no comprensa lo que me ha quitado. Las alegrías están empañadas por la pena. Aunque sea un año par, de los que tanto me gustan.
Por eso me alegro de que esta noche llegue el 2009. Porque hubo momentos en los que pensé que no llegaba a conocerle, porque me promete experiencias que ningún otro me ha prometido, porque no voy a conformarme como todos los años con el "Virgencita déjame como estoy", porque ya no quiero las estrellas... Ahora quiero la Luna.
Feliz Año a todos...