miércoles, 1 de octubre de 2008

Mi querida Granada...


Empiezo a estar cansada de que todo me recuerde a ti. Hoy por la mañana, al escuchar en la radio las máximas y las mínimas de mi Comunidad me quedé pensando en los ocho grados de Granada. Mi querida Granada.

La primera vez que fuimos fue en Navidad, hace ya tres o cuatro años, quien sabe. Tendría que mirar las agendas que tengo, en las que cada día escribía lo que habíamos hecho durante estos cinco años. Aunque ahora están en la última caja que hay debajo de la cama y no me apetece sacarlas todas para comprobar la fecha.

Era Navidad y había nevado la mañana que llegamos. Nosotros, que nunca habíamos visto la nieve, la conocimos juntos en Granada. No se me ocurre nada más romántico. Aunque para nosotros todo era mágico: nuestra habitación, del baño de agua caliente, la Cocacola puesta en el alféizar de la ventana que servía de nevera, la cuesta que teníamos que subir para llegar al hotel, los jardines y los bancos helados por los que pasamos, prometiéndonos que volveríamos en primavera para ver todo aquello florecido bajo el tibio sol de marzo, las tabernas donde nos ponían una tapa con cada refresco, mi cámara allá donde íbamos (aunque luego perdiera las imágenes al volcarlas al ordenador, al menos pude revivir todo aquello una sola vez más...), tu regalo de reyes adelantado (aunque luego me hicieras otro para no dejarme sin nada en tan señalado día)... Todos son recuerdos que, aunque para muchos pueda resultar insignificantes, para mí están llenos de calor. Aún desprenden vida. Desprenden tanta vida que se me pasa por la mente el hacerles el boca a boca, por si con ello consigo que vuelvas a pasearte a mi lado por Granada. Si no es por esta vez, de la que ya hace tantos años que ni recuerdo la fecha, al menos por la segunda vez que fuimos, de la que sólo hace un año.

Fuimos para celebrar mi cumpleaños. Mis dos patitos. Fuimos con la excusa de conocer la Alhambra, aunque ambos sabíamos que esa ciudad era parte de nosotros, y que ya estábamos tardando demasiado en volver. De modo que cambiamos la nieve de diciembre por el sol de agosto. Y fue tan maravilloso como recordaba tenerte conmigo en aquella ciudad, que es toda magia. Así que nos paseamos por donde lo habían hecho antes moros y cristianos, fuimos al cine, tomamos cientos de helados de chocolate blanco (donde nos llegamos a hacer amigos del aquel hombre mayor, que nos leía el pensamiento cuando nos veía llegar de lejos, ¿no te acuerdas amor mío?), cambiamos de habitación, celebramos mi cumpleaños con una paella, nos grabamos allá donde fuimos (aunque luego se me cayera el portátil y perdiera todos los vídeos, de nuevo, pude verlos "one last time") y me compraste un libro de cuentos, para soñar cuando no te tuviera cerca.

Y para ser del todo sinceros, reconoceré que aún no nos toca volver a Granada, la verdad, pero el no tenerte me hace necesitarla más. A veces creo que debería pasearme por allí con mis amigas y presentarle otro de mis amores, uno más inocente y menos caluroso que el de la otra vez, pero al menos sé que ellas se quedarán a mi lado para siempre, y volverán conmigo a esa ciudad cuando se lo pida. No como tú.
Aunque la verdad es que aún no me toca volver y, para cuando me toque, todo puede ser diferente. Puede ser que estes conmigo, y quieras venir. A cambio prometo no perder los videos, para que podamos verlos juntos una y otra vez en casa cuando echemos de menos Granada...

No hay comentarios: