viernes, 19 de septiembre de 2008

El gloss rosa

Estaba haciendo la maleta. Mañana me voy a la playa con mis amigas a pasar el fin de semana.

Después de meter ropa cómoda, un pijama largo y trajes para salir, me he dado cuenta de lo diferente que era esa maleta de otras que he preparado para irme contigo de fin de semana. Como cuando nos íbamos a la playa, y en mi mochila sólo llevaba un bikini, ropa interior y un libro. Eso era todo. Para estar a tu lado no me hacía falta nada más. Y me he acordado de esa parte fácil de mi vida, en el que las cosas simplemente funcionaban y la felicidad parecía el estado natural de ánimo.

Huyendo de esos sentimientos, huyendo de tu ausencia y del dolor que ello me causa, me he ido al cuarto de baño para ordenar mi caja de pendientes y decidir qué conjunto debo llevarme para cada ocasión. En mi cajón los pendientes, las pulseras, los collares, las pinturitas y las orquillas estaban mezclados de tal manera que formaban una maraña imposible de deshacer, y decidí echarle valor. Y me ha durado demasiado, teniendo en cuenta que en intento he encontrado tres pares de pendientes que me regalaron tus padres. El primero de ellos lo eligió tu padre, como regalo de reyes. Son de Agua de Sevilla y su color turquesa siempre me gustó, aunque no eran nada fáciles de combinar. El segundo de ellos fue un recuerdo que me trajeron cuando fueron de viaje al norte. Son dos trozos de cristales moldeados por el oleaje. El tercero, son los ositos de Tous que me compraste de su parte las últimas Navidades, porque yo quería algo sencillo que poder llevar siempre. Aunque desde el primer momento supiste que no había sido buena idea. Siento mucho que así fuera, de veras, pero a ti no puedo engañarte. Me conoces demasiado bien.

Iba a terminar de ordenar los pendientes (aún me quedaba por encontrar el conjunto de estrellas que me trajeron tus padres de otros de sus viajes) cuando encontré el corazón que me regalaste. Y eso es demasiado para mí. Era nuestro segundo aniversario. En San Valentín tú habías visto en una revista un colgante con forma de corazón que te había gustado, y me lo habías enseñado una tarde en tu casa. Y pasaron los días convirtiéndose lentamente en meses, hasta que me lo regalaste un 26 de abril de 2005. Nunca habría pensado que darías con él, ni que pedirías que te lo trajeran de Barcelona. Cuando estuve en Malta me preguntaron qué es lo más bonito que nunca hayan hecho por mí, y les conté la historia del collar que llevaba puesto. Todas las niñas me miraron envidiosas, aunque no me extrañé porque ya estaba acostumbrada a despertar ese sentimiento cuando contaba las maravillas que hacías por mí.

Y hoy tenía mi corazón en la mano, física y metafóricamente, y uno de ellos lo he guardado junto a los pendientes, mientras que el otro me lo he dejado desangrándose donde estaba, porque no soportaría su dolor de tenerlo en el pecho. Así que tengo el corazón que me regalaste, el de oro blanco, en un cajón, porque no voy a ser capaz de ponérmelo si no es para presumir de ti, porque ahora está vacío. Mi pobre corazoncito, que era mi joya preferida después de mi alianza, ha sido desterrado, como también lo ha sido ella. Y tengo el alma partida en dos, porque una parte quiere quedarse haciéndoles compañía en la soledad, aunque parezca una contradicción.

Quise terminar con todo aquello para acostarme, cerré el cajón de las joyas y el lugar que había elegido como desierto de Mantua. Entonces, abrí el armarito para coger el cepillo de dientes, y donde estos meses sólo he visto colonias y demás, hoy he visto mi gloss rosa, aquel que me regalaste por mi cumpleaños hace dos años. Mi primer pensamiento ha sido la duda de si no estaría seco, tanto tiempo después, de modo que me he pintado los labios. Y al girarme me he visto en el espejo, con los labios rosas, como aquella tarde que quedamos para merendar y bajé a verte con mi camiseta de cebra y los labios pintados. Era una locura porque esa camiseta era omo para salir por la noche y los labios tan oscuros empeoraban la estampa, pero entonces yo sólo tenía 21 años y no comprendía la diferencia entre arreglarse para ir a tomar un helado o para salir a bailar. Y tú sigues sin entender la diferencia a día de hoy.

Cuando el recuerdo pasó volvi a verme a mí misma delante del espejo, con el pijama rosa de Hello Kitty y los labios pintados. Entonces, me los he mojado lentamente, como hacía fijiendo naturalidad cuando sabía que me mirabas, y me he preguntado cómo puedes coger ese avión el martes y dejarme aquí. A mí, que los últimos cinco años he estado a tu lado y que he tratado siempre de complacerte tanto como he podido. A mí, que aquella tarde me puse tu camiseta favorita y me pinté los labios como te gustaba. Que estoy tan enamorada de ti que podría perdonarte estos dos meses, que me dejaras y que casi olvidaras lo feliz que eras a mi lado. Porque necesito volver a sentir la ilusión de arreglarme para verte. Y me colgaría el corazón, me pondría la alianza y me pintaría los labios de rosa. Aunque sea por la tarde y sea un color de noche. Porque no sé encontrar esa felicidad mas que estando a tu lado. Porque no sé vivir sin ti.

2 comentarios:

Sil dijo...

Leer tu blog, me ha hecho recordar lo mal que lo pasé cuando mi novio me dejó hace poquito. Sin embargo lo sigo queriendo como siempre...
Animo.

Miriam dijo...

La parte positiva de no saber lo que se quiere es que no duele en el pecho, no?
El resto, por lo que he leido, parece igual. Días negros y pequeños momentos de positividad... Es difícil ser nosotras y no morir en el intento... :)
Por ahora, al menos, te agrego a mi lista de blogs imprescindibles para leer un poco de sinceridad y sentirme algo más comprendida...
Un besito y mucho ánimo...