martes, 16 de septiembre de 2008

Gracias por ser la primera piedra en el camino...


Hoy he quedado con mi mejor amiga de la facultad. Ella es cordobesa y yo de otra ciudad del Sur, y aunque el trayecto en tren es menos de 20 euros ida y vuelta no siempre hay tiempo y dinero para vernos. De hecho, hace dos semanas que no le veía. Dos largas semanas, acostumbrada a verla antes a diario.

Caminaba a su encuentro casi sin pisar el suelo porque tenía prisa, y al verla la he levantado del asiento con un gesto rápido y he comenzado a re-correr la Avenida principal de mi ciudad de camino a ninguna parte. Cualquiera que dijera que parecía que huía del demonio tendría toda la razón del mundo. Yo huía de mi demonio particular, una sombra de pena que me había tenido llorando todo el camino en autobus.

Sin embargo, antes de cruzar el paso de cebra que separa nuestro punto de encuentro de la avenida, mi amiga ya me tenía riendo como una loca. Me contaba cosas subrealistas sin ninguna importancia, pero que venían adornadas con unos gestos y una pronunciación únicos en el mundo. Me hablaba desde la máxima indignación con una sonrisa enorme en la cara, y cada cierto tiempo me mirada juguetona y me decía "Mi no comprender, pero si iguales son".

Casi casi había olvidado el efecto balsámico que tiene esa niña sobre mí. Y digo casi porque tengo una foto suya en mi cuarto, en la que me abraza con una cara que parece decir "que fácil y maravillosa es la vida" que me anima siempre que me encuentro triste. La miro y recuerdo aquel viaje en la que, por muchas personas que hubiese a nuestro alrededor, todo se resumía en ella. Cada momento, cada gesto, cada día, cada confesión, cada travesura, cada conversación... Todo tenía sentido por saberla cerca.

Por eso nuestro camarote lo recuerdo como el mejor lugar que visitamos aquella semana. Más que Barcelona, Mónaco, Florencia, Roma, Nápoles, Pompeya o Túnez. Por eso hoy he sido capaz de llevarla al último bar que pisé con él. Porque con ella todo es magia, aunque en el lugar anteriormente reinaran las tinieblas. Pero eso sólo se comprende cuando se conoce su sonrisa...
Una sonrisa por la que alguien de otro mundo ha cambiado su forma de ver la vida. Por la que otros muchos se han desvivido y por la que otros, a día de hoy, viven. Como yo, que casi había olvidado que ella es un motivo maravilloso para vivir. Casi casi.

Entonces, cuando pasamos por la última calle que recorrí como novia de quien amo, me giré divertida y le confesé que le había visto el sábado. Le dije que tenerle sólo una hora me serviría de ánimo estos tres meses, y toda la vida si era necesario, porque también él es el motor que mueve mi vida. Le conté el color de su sonrisa y el calor de su mirada, sus manos nerviosas, sus miradas impertinentes y esa forma especial de querernos que no estaba muerta. Que tenía cierto pulso, que aunque fuera débil, había logrado reanimar en sólo una hora. Entonces le hablé del futuro y ella no quiso oir. Pero poco importaba ya, porque yo tenía una mariposa rosa enorme posada en mi estado de ánimo, que sonreía al sentir húmeda la tinta con la que está escrito su recuerdo en mi memoria.

Y al final, como siempre, todo terminó en él, aunque esta vez me escribí a mí misma una nota para acordarme de agradecer más a menudo al cielo por tener a estrellas como mi amiga con las que comenzar el camino.

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