viernes, 5 de septiembre de 2008

Tonta de mí...


Creía que hoy no dolías.

He pasado media noche pendiente de mi gatita, que cada hora me levantaba pidiendo comida, cariñitos, una ayuda para dormir o que jugara con ella. Y claro, me han dado las tres de la tarde recuperando el tiempo perdido entre mis sábanas rosas. De modo que podemos decir que mi vida ha comenzado hoy con el trabajo, a las cuatro y media.

Trabajar por la tarde suele ser aburrido porque no hay nada que hacer, más que esperar un correo o una llamada, y eso es, en esta "situación mía particular de ahora", un horror. Nunca estuve hecha para la espera, pero ahora menos. Como le pasaba a Chiyo en Memorias de una Geisha, yo soy en gran parte agua, como también demuestran mis ojos azules, y aunque eso es bueno porque podemos hacernos camino entre rocas y hallamos la manera de continuar, no tenemos paciencia, no sabemos esperar.

Pero hoy la llamada no ha tardado ni una hora en llegar y, aunque tenía que estar a las siete en el lugar, mi jefe me ha animado a que saliera en ese momento. De modo que tenía una hora y media para recorrer una calle, que aunque sea la principal de mi ciudad, no es especialmente larga.

Y allí estaba yo, con mi periódico bajo el brazo pidiendo un café en el Starbucks para tomármelo en un banco al sol, cuando un inglés se empeñó en pagarmelo, y el chico de la caja, que ya me conoce, le aceptó el dinero guiñándome un ojo. ¡Cómo si no supiera él que no ando yo para líos! Porque no es que yo se lo haya dicho, pero supongo que habrá notado que algo me pasa cuando muchas tardes no me quito las gafas de sol para pedir aunque esté dentro del local, y que otras tantas lo he hecho dejando al descubierto dos ojos azules inyectados en sangre de tanto llorar. Pero como hoy no había llorado, puede que entendiese que hoy tocaba sonreir un poco. No sé.

La cosa es que aquel inglés, quería invitarme a cenar y yo me sentía muy incómoda. Tenía la intención de enseñarle el anillo que llevo en lugar de mi alianza de antes y decirle que tenía novio, pero no me sentía con fuerzas de decir una mentira tan grande. Siempre me gustó enseñar mi alianza y presumir de que tenía pareja. De que salía con él. Aquello les paraba los pies porque comprendían que yo era de otra persona, que no tenían derecho a nada sobre mí, que era un caso perdido... una niña perdidamente enamorada...

Y andaba yo pensando en eso cuando el chico de la caja me llamó y me regaló una cookie de chocolate blanco, como sabe que me gustan. Y me fui al parque a tomarme mi cafe y mi cookie leyendo el periódico. Y casi me fui al parque por donde sé que puede pasar él, pero vencí la tentación. Y casi me sentía bien. No feliz, pero sí al menos bien.

Y así he estado hasta hace diez minutos. En una nube en la que había unas voces, de timbre sorprendentemente parecido al de mi madre y mis amigos, que me decían que igual sí que conseguía ser feliz, aunque fuera dentro de mucho, mucho, mucho tiempo.

Y casi casi llamo a mis amigas para ir al cine, porque ya sabes lo que me gusta ir al cine, cuando he mirado por la ventana y he visto, entre la oscuridad, aquella plaza donde nos sentamos a hablar aquella noche. En la que te agobie pidiéndote cosas que no podías darme, hablando de mis necesidades y llorándote que te quería.

Y de repente recuerdo que sólo quiero hacer cosas contigo. No quiero vivir sin ti. Quiero dormirme esta noche y no despertar.

Tonta de mí, que casi llegué a pensar que hoy no me dolías...

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