jueves, 11 de septiembre de 2008

Lentamente...

Pasaron las siete de aquel día. Y las ocho. Y llegaron las nueve. Y sé que me dejaste antes de esa hora, de modo que ya no ibas a llamarme. Es de esas pequeñas certezas que una tiene aunque no sepa ni el por qué.

Desde entonces las horas han pasado lentamente, como si el gran reloj de arena que rige el mundo tuviera un cuello muy delgado por el que no pasan los granos que marcan que hemos perdido un minuto más en nuestra vida. A fuerza de intentarlo acaban pasando, pero a cambio nos dejan una insoportable sensación de pesadez y letargo. Como cuando uno está trabajando o un niño pequeño espera que llegue el día de Reyes. Entonces, el tiempo se alarga y en cada minuto caben horas, y en cada hora cabe una vida.

En cada una de mis horas cabe ahora una nueva vida, y todas son contigo. Me pregunto qué habría pasado si hubiese hecho esto o aquello, y si esos pequeños cambios me habrían dejado permanecer a tu lado. En otras ocasiones cuestiono mis propias creencias, y llego a dudar de que el destino tenga un plan para cada uno de nosotros. Esto que ha pasado parecía más el típico borrón con el que no contabas en un cuadro, un punto saltado de una rebeca nueva o una pequeña mancha de lejía en tus vaqueros favoritos. Es de esas cosas que se tuercen, que se rebelan ante el destino y le plantan cara con osadía. Algo así como si dijeran "pues ahora salgo por peteneras porque me da la gana".

Hay días en los que confío en que el destino sepa enmendarlo. Suelen ser días en los que brilla el sol y el cielo es muy azul. De hecho, antes de que todo esto pasara, yo estaba convencida de que contemplar detenidamente la hermosura de una rosa roja bañada por el sol de Andalucía podía con cualquier pena. Al mirarla con detalle se puede ver con claridad como todos los pétalos confluyen en perfecta armonía, y se comprende que, aunque seamos muchos en este mundo, el destino tiene sus propios medios para conseguir que cada uno andemos el camino que nos tiene reservado y para llevarnos por él diligentemente. Incluso logra entrelazar dos caminos, de manera que a partir de un determinado punto viajan juntos hasta el final. O eso pensaba yo.

Puede que el problema sea que hace demasiado que no veo una rosa roja. Tanto tiempo como hace que no me regalas una...
Por eso esperaba con la carita empapada
a que llegaras con rosas, con mil rosas para mí,
porque ya sabes que me encantan esas cosas
que no importa si es muy tonto, soy así.
Y aún me parece mentira que se escape mi vida
imaginando que vuelves a pasarte por aquí,
donde los viernes cada tarde, como siempre,
la esperanza dice "quieta, hoy quizás sí..."


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