lunes, 29 de septiembre de 2008

Hasta el tranvía me recuerda a ti...


Desde mi mesa de trabajo puedo ver detenerse el tranvía. Cada vez que se para me lo quedo mirando unos segundos, a veces inconscientemente, y otras veces acordándome desesperadamente de ti.

No estaba ahí cuando empezamos a salir. Entonces, la plaza en la que trabajo seguía abierta al tráfico, aunque parezca una eternidad de aquello.

De hecho, yo nunca he cogido el tranvía sin ti. Solíamos cogerlo después de una mañana de compras en el centro, cuando yo me moría de hambre y de calor. Era así porque tú eres un hombre tranquilo y comprensible, y no te alteras con esas cosas, sabes tomarte tu tiempo para cada movimiento. Yo, sin embargo, soy mucho más impaciente, no sé esperar. Y me conocías como si fuera un libro abierto, mucho más de lo que yo misma he llegado a conocerme.

Esos días en los que tomábamos el tranvía, iba tan feliz a tu lado que te proponía ir andando y te prometía no quejarme en todo el camino. Pero no me creías, y con la sonrisa en los labios me obligabas a montarme. No habían pasado ni cinco minutos desde que el tranvía comenzaba a andar, que te abrazaba y te reconocía que habíamos hecho bien en cogerlo, porque ahora me notaba más cansada. No en vano, la mayoría de las veces que pasábamos la mañana en el centro habíamos dormido juntos, y no se descansa igual durmiendo sola que acompañada. Ni se sueña igual de bien, desde que te fuiste mi lado, sin embargo, y aunque suene contradictorio, ni descanso ni sueño como antes. Me despierto cada mañana agotada, como si la noche, en lugar de restablecerme y confortarme me hubiese golpeado el alma, que es donde no se dejan moratones.

Por eso nadie comprende que ande con estos ánimos ni que siempre tenga sueño. Si tuviese moratones todos comprenderían mi dolor. La pena es que hay que vivir estas cosas para entenderlas, y creo que ni por esas nadie puede comprender los sentimientos de la persona que tiene al lado, porque para ello tendrían que afectarle las cosas en la misma medida, y nunca puede ser así. En eso consiste la maravilla y la imperfección humana. Todos somos diferentes, hasta el punto de que la persona que tienes al lado puede no comprender un dolor que te está matando por dentro, y tú quisieras meterle la mano en tu corazón, a sabiendas de que cuando se fuera acercando, la quitaría corriendo y te miraría asustado, como si hubieses pretendido quemarle la mano con fuegos más intensos que los del mismo infierno.

Eso siento yo. Que puedo estar rodeada de gente pero que siempre estaré sola. Que nunca comprenderán lo que siento, porque ellos no estuvieron conmigo cuando yo era tan feliz, ni sienten este dolor tan inmenso en el alma. Por eso no comprendo cómo él pudo irse, él que si que conocía nuestra felicidad...

No hay comentarios: